Salir de la depresión a través de la terapia de activación

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En la actualidad, existen diversas formas de salir de la depresión, desde enfoques farmacológicos hasta intervenciones basadas en diferentes enfoques terapéuticos. La terapia de activación conductual para la depresión (BATD) se presenta como el tratamiento respaldado por la mayor evidencia científica en la actualidad. Este modelo de intervención, estructurado y de corta duración, se fundamenta en los principios básicos del aprendizaje.

¿Qué es la depresión?

Desde la perspectiva de las terapias de tercera generación, se entiende la depresión como un conjunto de circunstancias o experiencias que llevan a la persona a “caer”. Como consecuencia, se observa una disminución de incentivos, intereses y valores (reforzadores).

En pocas palabras, la persona pierde contacto con lo que considera importante, lo que la lleva a adoptar estrategias, generalmente de tipo evitativo, como dormir en exceso, recluirse en casa, rumiar o experimentar pérdida de apetito, entre otras. La activación conductual no concibe a la persona como enferma, ya que se trata de una situación en la que la persona se encuentra. Este enfoque promueve la idea de que la persona puede superar esta situación.

Terapia de activación conductual: ¿sirve para la depresión?

El objetivo de la terapia de activación conductual es reducir los síntomas al minimizar la realización de conductas depresógenas y aumentar aquellas conductas consideradas “antidepresivas”. De esta manera, la persona comienza a recuperar una vida productiva y emocionalmente satisfactoria, guiada por sus valores o, dicho de otra manera, por lo que es importante para él o ella.

La terapia consiste en “activar” a la persona mediante la programación de actividades placenteras pero importantes, logrando un equilibrio con aquellas que, aunque menos placenteras, tienen una gran importancia, como las responsabilidades domésticas.

Uno de los principios fundamentales de este tratamiento es que cambiar las acciones contribuye a superar la depresión. Por ello, se hace hincapié en la programación de actividades. El segundo principio radica en realizar acciones incluso cuando no hay ganas, ya que comúnmente se espera sentir el deseo antes de actuar. En este enfoque, la premisa es opuesta, ya que realizar una actividad sin ganas puede resultar reforzante al experimentar los beneficios de haber llevado a cabo algo importante.

Ejemplo de la terapia

Por ejemplo, “Aunque no tenía ganas de bañarme, después me sentí relajada y disfruté del aroma del jabón”. La activación conductual no se centra tanto en reestructurar pensamientos o analizar el pasado de la persona en busca de causas depresivas, ya que su eficacia radica en el cambio de comportamientos y las consecuencias que este cambio genera, como sentirse una madre responsable al preparar una cena saludable para los hijos o ser una estudiante más comprometida al asistir a las clases puntualmente.

Las actividades se eligen siempre según los intereses de la persona. Si a alguien le resulta desagradable correr, la efectividad será contraproducente, pero si disfruta caminar con su perro, los resultados serán más positivos.

Fases de intervención

En la primera fase de la intervención, el terapeuta, que siempre actúa como un entrenador, y el paciente llevan a cabo un análisis exhaustivo de las actividades diarias. El objetivo es determinar los déficits y excesos en cuanto a actividades, identificando los mejores momentos para programar actividades significativas.

También se busca detectar aquellas conductas que, de manera bien intencionada, promueven comportamientos depresivos. Por ejemplo, una madre que permite que su hijo duerma durante el día y le deja el desayuno junto a la cama. En este sentido, se involucra a estas personas o familiares con el fin de que comprendan qué conductas depresivas refuerzan y se les enseña a promover, junto con el paciente, conductas más saludables y antidepresivas.

Aunque resulta arriesgado pronosticar un número exacto de sesiones, se podría considerar un rango entre 10 y 12 sesiones, aunque esto puede variar. En las primeras 4 o 5 sesiones, se explica la forma de trabajo, se proporcionan monitores de actividades, cuestionarios y se revisan conjuntamente con el paciente para establecer y ajustar los objetivos o metas de la terapia.

En las sesiones restantes, se pone en práctica lo establecido y se aborda la resolución de problemas que surgen. En muchas ocasiones, esto implica intervenir en el desarrollo de habilidades sociales, de comunicación o habilidades prácticas. También se ajustan las actividades seleccionadas, desglosándolas en pequeños pasos si resultan abrumadoras.

En caso de surgir dificultades o si la persona desea abordar otros aspectos ajenos a la depresión, el tratamiento puede extenderse. Finalmente, se llega a un acuerdo con el paciente para asistir de manera mensual y, posteriormente, de manera trimestral, hasta alcanzar la alta definitiva.